» En el pueblo de Arahal / nos llaman los Rubicano./ Desde el más chico al más grande, /todos sabemos cantar/ por cualquier clase de cante».
Eran los primeros toqueteos con el cante. Sería tras un servicio militar cuando decidió buscarse la vida con el flamenco y se vino a Sevilla. La Opera Flamenca estaba en sus inicios y su voz, fácil y cantaora, se prestaba al gusto de público de la época.
En 1926 acudió al gran Certamen Nacional de Ópera Flamenca que tuvo lugar en el Circo Price de Madrid y obtuvo el primer premio de malagueñas.
El empresario Monserrat se fijó en él y se lo llevó de gira junto a otros nuevos valores que también habían sido premiados en el Certamen del Circo Price, entre los cuales estaban Pepe El Culata, Enrique Orozco, El Niño Frenegal, Chiquito de Triana, El Niño de Barbate, Pericón de Cádiz y el Niño de Almería. Con este espectáculo, El Niño de Arahal recorrió muchas ciudades de España.
La Niña de la Puebla también quedó prendada de su preciosa voz y enormes conocimientos y lo incluyó en uno de sus espectáculos, compuesto, entre otros artistas, por Paco el Minero, El Piturri, Luquitas de Marchena, Teodoro García, y El Rubio de Paradas. Con este espectáculo nuestro protagonista obtuvo un gran éxito el día 10 de septiembre de 1932, concretamente en el bello Teatro Jardín de Madrid.
Juan Valderrama, que lo define como «un buen aficionado y excelente cantaor por fandangos», lo contrató en 1942, en plena posguerra. El 23 de junio de este año estuvieron en el Lucena Cinema, situado en el Palacio de Medinaceli. Juan llevaba de guitarrista a Ramón Montoya – la gran figura de la época -y componían el resto del cartel Enrique Orozco, Miguel López, El Marinero, Carlos Franco, Jerónimo Velázquez y Román el Granaíno. Valderrama, según el cartel que presentaba el espectáculo de verano » al mejor cantaor de cada provincia».
Con él hizo una gira de más de cien funciones y en muchas de ellas figuró «El Niño de Arahal», que a sus treinta y tantos años ya gozaba de una nada desdeñable popularidad en muchos lugares de España, y del cariño de cientos de aficionados.
No grabó discos y muy pocos recuerdan ya cómo eran sus cantes de esa época. Murió en los años sesenta en Sevilla, en la Alameda de Hércules, donde vivió durante muchos años y pasó las fatigas propias de los flamencos de la época.