Por Cármen González.
Fue una tragedia durante años recordada y ocurrió el 30 de junio de 1965. El automotor procedente de Granada chocó con el autobús que venía de Sevilla a esa hora lleno de pasajeros. Murieron 13 personas y hubo más de 30 heridos. Sólo una víctima era vecino de Arahal, Antonio Jiménez Pérez, corresponsal de ABC en la localidad. Morón decretó un día de luto. Antonio Conde tenía 9 años, fue, junto con sus hermanas, el único testigo del accidente porque vivía junto a la vía del tren, su padre era ferroviario.
“Era de noche, en 1965 todavía no se había producido el cambio horario por lo que estaba completamente a oscuras. Estaba cenando con mis hermanas, mi padres habían ido al pueblo a hacer unos recados y nos quedamos a cargo de la mayor, Araceli, que entonces tenía 14 años. De pronto, sentimos el ruido del automotor (tren de Granada a Sevilla) y caímos en la cuenta de que no habíamos oído echar la barrera del paso a nivel. De inmediato nos pusimos en pie. Araceli con mi hermana pequeña (Ana, 6 años) salió a la puerta y mi hermana Rosario (11 años) y yo nos asomamos a la ventana. Vimos el tren llegar, parecía que iba frenando y el autobús doblar la curva y entrar en el paso a nivel. Fue terrible”.
Esto es una parte del testimonio de Antonio Conde López, vecino de Arahal, el único testigo, junto con sus hermanas, de uno de los accidentes ferroviarios más trágicos de Andalucía ocurrido en Arahal, el 30 de junio de 1965. Hoy hace 50 años. Murieron 13 personas, todos de Morón excepto un vecino de Arahal, Antonio Jiménez Pérez, corresponsal de ABC en esta localidad, y hubo más de 30 heridos de diversa consideración. Este accidente aparece entre los accidentes más graves desde la implantación del ferrocarril en 1848 en España, recogido está en la Wikipedia. Antonio tenía 6 años, era hijo de un ferroviario, guardabarreras en otro pueblo.
El accidente, que ocupó la primera página de ABC del 2 de julio, fue a las 10:00 de la noche del último día de junio. El autobús de la empresa San Miguel, salió de Sevilla a las 9, llevaba escrito el recorrido: Sevilla, Morón, Barriada de San Juan, Algámitas y El Saucejo. Antes de llegar al paso a nivel, había una pequeña curva, no estaba la gasolinera aunque sí el cementerio Gabriel Mengibar, inaugurado dos años antes en 1963. El autobús entró en la curva, no se sabe exactamente la velocidad, y casi no se dio cuenta de que el automotor se le echó encima. “Creo que el maquinista ya iba frenando porque, de lo contrario, con la fuerza que trae, hubiese destrozado el autobús y no hubiese salido nadie vivo”, cuenta Antonio Conde.
Las próximas tres horas el lugar del accidente se convirtió en un escenario macabro. Cuerpos destrozados, gente chillando. Según cuentan las crónicas aquellos que pasaban con los coches fueron los primeros en parar para socorrer a los heridos. Pero no los únicos. Todo aquel que tenía un coche o conocimientos de medicina en Arahal se acercó al lugar. También autoridades locales, policía y guardia civil.
Antonio Conde cree que el maquinista del automotor vio las barreras arribas porque estaban pintadas de rojo y blanco fluorescente y no entró a la velocidad habitual. “Iba frenando porque lo más probable es que viera que no estaba echada la barrera del paso a nivel pero ya no pudo evitar la colisión que fue muy violenta, desplazó al autobús (según aparece en la foto, al menos 50 metros) y lo empotró sobre un cerro que había en el lado izquierdo de la vía férrea e hizo descarrilar al automotor, entonces lo llamábamos la cochinita por la forma que tenía”.
A partir de ese momento, Antonio dice que primero vino un “silencio desgarrador”, como si se hubiera parado el tiempo durante unos segundos. Pero después esa calma se volvió lamento: “Oí gritos y gemidos que se me grabaron en la memoria, nunca los olvidaré. Mi hermana mayor intentó acercarse, cuando aún no había llegado nadie, pero le entró miedo y se volvió”.
En ese momento, los mismos pasajeros que viajaban en el tren que no sufrieron daños, salieron y empezaron a ayudar a los heridos junto con algunos coches que fueron parando. Los faros alumbraban el lugar de la tragedia. Inmediatamente prestaron sus vehículos para llevar a los heridos al pueblo. En la actualidad, las urbanizaciones de viviendas de Arahal están cerca de esa zona, pero entonces, el paso a nivel y la casilla de RENFE, donde vivía Antonio con su familia, se encontraban casi en medio del campo. Según el testimonio de Antonio Conde, los cadáveres los fueron poniendo en el margen derecho de la garita del guardabarrera.
Este vecino de Arahal, que vive en uno de los barrios que en la actualidad se sitúan más cercanos a esa zona, cuenta que su hermana lo metió para dentro de la casa por protegerlo de tanta barbaridad. Una vez allí llegó Miguel (Andrade cree que era el apellido) el guardabarreras y estaban tan asustados que se abrazaron a él. “Mi hermana Araceli lo cogió por los hombros y zarandeó preguntando qué había pasado, pero estaba en estado de shock, sólo repetía “no sé, no sé”, nos pidió agua y se fue. No sé por qué recuerdo perfectamente el uniforme azul de la RENFE que llevaba”.
Poco después, ya llegaron sus padres, Rafael Conde (44 años) y Ana López (42 años). “Mi madre no sabía exactamente qué había pasado, pensó que el tren nos había cogido a alguno de nosotros, por poco le da algo. Volvimos a abrazarnos a ella todos llorando”. Rafael Conde se hizo ya cargo de la situación. Sobre todo cuando el guardabarreras, que había permanecido escondido en una cuneta, volvió a aparecer. “Mi padre le dijo que no apareciera por la garita hasta que no llegara la Guardia Civil”.
Un día caluroso para una tragedia
El 30 de junio de 1965 amaneció un día caluroso en Arahal. Tanto que los vecinos decían que se habían adelantado los típicos días sofocantes de la celebración de la patrona, Santa María Magdalena (celebrados el 22 de julio). Nada en la vida del pueblo hacía presagiar la tragedia. La jornada había pasado con normalidad, sin apenas movimiento en calles y plazas por las altas temperaturas que sobrepasaron ese día los 40 grados.
Por esa razón, la familia de Isabel Jiménez Jiménez, su esposo, Jaime Jiménez, y sus tres hijos de 1, 5 y 6 años, estaban en su casa de la calle Cervantes con el trajín que supone el día a día de una familia con tres niños de corta edad. Isabel no recuerda gran cosa, sólo que a última hora de la noche, su marido llegó contando que se había producido un accidente grave. “El siempre nos quería quitar los golpes más fuerte para que no sufriéramos, y sólo dijo, “creo que mi padre (Antonio Jiménez) iba hoy a Sevilla” y fue a casa de sus padres”.
No obstante, su hermana Eulalia Jiménez, guarda un recuerdo nítido de aquel día. “No se me olvida cuando entró Matilde la carcelera en casa, quería una tijera porque al parecer un hombre traía el pie casi cortado, sólo lo agarraba un trozo de piel, y la necesitaban para cortárselo”. A Isabel vinieron a pedirle ropa de niño. Y su hijo, Angel Luis Jiménez, que entonces era pequeño, sólo tienen un leve recuerdo: “Fui con el hijo de un guardia amigo mío al cuartel que entonces estaba en el pasaje de la calle Felipe Ramírez y abrimos la puerta de una habitación que estaba toda llena de zapatos».
Jaime Jiménez salió a la calle para enterarse de lo sucedido. No fue difícil ya que a las dependencias del Ayuntamiento que están situadas junto a su casa, una sola vivienda de por medio, y al Casino Universal, comenzaban a llegar los primeros heridos. Entonces no existía la infraestructura sanitaria de ahora, pero acudieron todos los médicos privados que había en la localidad, incluido el mismo alcalde, Ramón González, también representante de esta profesión, Manuel Nieto y Francisco Mengibar, además de los practicantes Manuel Cardoso y Francisco Sánchez. Para Jaime Jiménez, según cuenta su esposa, fue uno de los días más duros porque tuvo que comunicar la muerte de su padre a su madre y a un tía que vivía con ellos.
Los coches subían por la Avenida de Gabriel Mengibar, que se había convertido en un reguero de personas camino de la vía del tren “por si podían ayudar”, cuentan algunos testigos que eran adolescentes en esos años. La familia de Rafael García, taxista con el número 13 de licencia de la localidad, ya fallecido, contaba la cantidad de viajes que había hecho al lugar a lo largo de la noche para traer al centro a los heridos y que fuesen atendidos urgentemente. Amparo Barrera, su mujer, dice que recuerda la sangre del coche: “Hubo que limpiarlo completamente por dentro, daba miedo imaginar tanto sufrimiento”. Rafael García llegó a tiempo de ver con vida aún a Antonio Jiménez, incluso le habló. La familia cuenta que intentaron ayudarlo a levantarse y dijo que podía solo, pero al momento se desplomó.
La crónica publicada en ABC destaca “la humanitaria labor realizada en ayuda de las víctimas por todo el personal sanitario de Arahal, que sin descanso alguno y multiplicándose en su labor, han prestado un admirable servicio a favor de sus hermanos, víctimas de este desgraciado suceso. Digna de encomio también es la tarea llevada a cabo por el municipio de Arahal, cuya Corporación presidida por su alcalde Ramón González, ha permanecido en intensa actividad desde los primeros momentos de ocurrido el luctuoso suceso”.
Antonio Conde dice que, al día siguiente, comenzaron a llegar los periodistas: “Se conectaban a la vía de telégrafos y quería hablar con nosotros pero mi madre tenía mucho miedo y no nos dejó. Pero nosotros teníamos ganas de contarlo”.
El día 2 de julio por la tarde, una gran grúa llegada de Córdoba retiró el tren y el autobús y dejaron la vía libre a la que, hasta ese momento, llegaban los trenes, paraban antes de llegar a la zona siniestrada, se bajaban los pasajeros y se subían en otro tren que los esperaba al otro lado.
El padre, la madre y la tía Dolores de Antonio, que era guardabarreras en el mismo paso a nivel del accidente, fueron a declarar al juicio después del que se decretó cárcel para Miguel, el guardabarreras. “Creo que estuvo un año nada más, poco después murió de cáncer”. Vivió en la calle Colón de Arahal.
El sepelio por Antonio Jiménez Pérez, único vecino de Arahal, muerto en el accidente, fue el mismo día 1 de julio. Morón decreto un día de luto para poder enterrar a las víctimas cuyas autopsias se realizaron en el cementerio de Arahal. Romualdo Jiménez contó a su familia después de visitarlos que “parecía una carnicería”.
Fue un día trágico para los dos pueblos Arahal y Morón. Un día caluroso y trágico con el que de despidió el mes de junio de 1965.