Érase una vez dos hermanos que recalaron en Arahal hace ahora 75 años. Se llamaban Rufino y Antonio Soria. Venían de Berlanga, un pequeño pueblo de Badajoz. En ese momento seguro que no sabían que su apellido sería símbolo de ropa de calidad y de diseños exclusivos para señora, caballero y hogar y que, al menos en parte, estos productos llegarían con el mismo prestigio a un nuevo siglo, sobreviviendo a modas comerciales, ropa de usar y tirar y a un profundo cambio en la manera de comprar.
Sin la tienda de Soria en Arahal no se entendería la historia del comercio, al igual que pasaba con la de Antonio Domínguez, Revilla y, posteriormente, la X o La Fama. Cada una en su estilo, llegaron a crear escuela y todas tuvieron un lazo común. Precisamente, el origen de Soria estuvo en la que hoy es Ferretería Revilla, poco tiempo, porque la esquina entre Espaderos y Veracruz estaba llamada a ser un espacio para uno de los mejores comercios de la historia de la localidad.
Rufino Soria, representante de los famosos Almacenes Textiles Peyré de Sevilla, conocía por su oficio la zona. Pero llegó aquí de la mano de su señora, natural de Archidona (Málaga) y maestra, destinada en 1941 a este pueblo de la Campiña sevillana. Se llamaba Antonia Escobar Silva, Doña Antonia para los vecinos. Entonces, la carreteras convertían el trayecto en un viaje por la antigua nacional SE4200, por donde poco antes había entrado el horror de una guerra civil. En Arahal eran tiempos difíciles, días de postguerra, años de hambre y escasez. Pero el amor haría que Rufino se valiera de su oficio y el de su mujer para establecerse y ayudar a crecer a este pueblo. Compró la que sería, desde entonces, Esquina de Soria, entre las calles Espaderos y Veracruz, en pleno centro de Arahal. En el primer piso, su mujer impartía los primeros conocimientos a niños y niñas de este pueblo.
75 años de historia dan para muchos recuerdos, tantos que habría que sentarse con aquellas personas que formaron parte de su clientela durante años y ya quedan pocos. Pero nadie guarda tantos recuerdos de esta tienda como Manuel Rosado Jiménez, yerno de uno de los propietarios, Antonio, casado con su hija Pilar. Hoy es abuelo y apoyo para la empresa que sigue en la línea de marcar estilo con ropa de calidad. En el mostrador, junto con un empleado (Manuel Baeza), está Carlota Rosado; su otra hija se llama Isabel. La sonrisa de Carlota y su hablar pausado recibe a la clientela; muy cerca está su padre, Rosado para los vecinos de Arahal.
Y Rosado tiene la capacidad de recordar a familias enteras de Arahal, clientes de la tienda de Soria. Recordar a los más mayores y reconocerlos en sus descendientes. «Tiene una mente increíble, saca el parecido a los hijos o nietos», dice Carlota. Su padre sonríe y se traslada a principios de los años 60 (en el anterior siglo) cuando entró a trabajar con 11 años en la tienda de los hermanos Soria. Edad laboral impensable en la actualidad, menos aún si, como cuenta, era su tercer trabajo. «Antes estuve ayudando a las telefonistas (en ese tiempo había 200 teléfonos en Arahal que se gestionaban desde una centralita) y de botones en el Juzgado», dice.
LO QUE AGUANTÓ EL MOSTRADOR
De esta manera, Manuel Rosado aprendió a tratar con el público desde muy pequeño, a cortar paños de tela, a reconocer las variedades, la compostura para el trabajo o para el vestir. Su trayectoria está cuajada de anécdotas pero una de las más entrañables lo traslada a los días que coincidían con el final de la semana, cuando las mujeres que trabajaban en la Agroaceitunera, conocida en Arahal como la fábrica de La Palmera, llegaban con la paga a la misma puerta de la tienda, donde tenían apartado el ajuar para casarse. «Parece que las estoy viendo, haciendo cola o sentadas en el zardiné», recuerda.
«En la fábrica le pagaban con un billete a todas, billete que ellas tenían que cambiar y repartir y aquí en la tienda prestábamos este servicio. Ellas dejaban una parte en su cuenta para pagar lo que habían apartado. Hasta que no lo pagaban, no se lo llevaban», cuenta Rosado. Entonces la tienda vendía ropa de hogar, toallas, sábanas, mantas, manteles de mesa, paños de cocina. Todo lo que podían necesitar para empezar una nueva vida, además de ropa de todo tipo y telas de la mejor calidad para confeccionarlas.
El mostrador ajado que aguantó tantas manos, cortes de telas y donde quedaron muchas cuentas señaladas, aún está en la trastienda. El recuerdo de sus formas seguro que viene a la mente de quienes se acercan a los 50 años o los sobrepasan. A Soria llegaban todo tipo de familias, aquellas pudientes que conformaba su mejor clientela, pero también las familias trabajadoras cuya palabra era ley en el cuaderno de cuentas. Familias que llegaban cada semana con una parte de un jornal agrícola y que acababan de pagar en el verdeo o después de una temporada en la fábrica y almacenes.
«Los días de lluvia eran una locura, la tienda se llenaba», describe Manuel Rosado, había que aprovechar para comprar la ropa de invierno antes de que se echara encima y, entonces, para estos menesteres no se podían perder días de trabajo. El tiempo se medía de otra manera y las novedades de la tienda llenaban estanterías de madera que hoy no se conservan, perecieron con el cambio que hubo que darle a la tienda a partir de 1980 para poder sobrevivir a las imposiciones del tiempo: el establecimiento se especializó en ropa de caballero, eso sí, la mejor.
Detrás de ese mostrador usado por el tiempo, es fácil imaginar a tres hermanos de la familia Soria porque una vez que Antonio y Rufino se establecieron, reúnen al otro, José o Pepe Soria, que entra a trabajar en la tienda como empleado y allí se queda hasta su jubilación.
Manuel Rosado estuvo unos años trabajando en Barcelona pero volvió cuando a su suegro, Antonio, le llegó la hora de jubilarse. Porque ese niño espabilado, aprendiz de tendero, creció y vio crecer a la que fuera su mujer, una de las hijas de los dueños. Algo muy habitual aún hoy entre los autónomos, la familia vive parte de su tiempo en el interior de los negocios.
Entonces, ya con un currículum mejorado por su estancia en la capital Condal, Rosado entró reformando la tienda, amplió los escaparates para adaptarse a los nuevos tiempos en los que había que mostrar la calidad del exterior en el lugar de paso privilegiado. Soria se convirtió en una tienda moderna, aunque sigue estando en medio una columna de hierro que se reconoce en las fotos en blanco y negro.
PASA A LA HISTORIA
Por la puerta de la tienda, Manuel Rosado ha visto pasar la historia de los últimos años de Arahal. El entierro del que fuera médico y alcalde de Arahal, Gabriel Mengíbar, muerto en accidente de tráfico a los 42 años, «ese día llovía a mares», o el trágico accidente en el que el tren de Granada chocó con un autobús que llegaba de Sevilla a las 10 de la noche (30 de junio de 1965) en el que murieron 13 personas y hubo 30 heridos.
Y, como buen profesional, aún hoy sigue guardando secretos que se irán con él. Como los nombres de las mujeres que pagaron a escondidas un ajuar para fugarse con su novio. O historias de amores y desamores reales como la vida misma.
Carlota Rosado ha estudiado Empresariales y se hizo cargo de la tienda hace 10 años porque los recuerdos tiran tanto que cerrarla no entró dentro de sus planes. También ella crea nuevos recuerdos, quién sabe si cuando la tienda se acerque al primer centenario, esta historia que hoy queda plasmada en Arahal Información sirva de punto de partida de una nueva generación de la familia Soria, la más emblemática y mejor tienda de caballero de Arahal.
Artículo de Cármen González. Aion