Fundada a principios del año 1900 por don Ricardo Luque Luna y don Eutimio de la Serna Ahumada, que igualmente establecieron otro almacén en Utrera, donde radicaron su casa central. Posteriormente y fallecidos sus fundadores, serán don Francisco y don Jesús de la Serna Luque, hijos de don Eutimio, los que tomen las riendas de este negocio hasta nuestros días.
Es por lo tanto esta firma, una empresa netamente sevillana y pionera en la actividad industrial de someter por un proceso madurativo acelerado a la aceituna, para poder ser consumida en verde.
Nunca pensamos que algún día se fuera de Arahal sin siquiera decirnos adiós. Y así ha sido, y ya, de ahora en adelante, nunca más oiremos su sirena marcando puntualmente la entrada y la salida de sus trabajadores;ni otearemos desde La Vega la añeja silueta de aquel artefacto eólico que era su molino de viento.
Esta fotografía esta hecha dentro de los jardines de la Cruz de los Caídos, el hierro que se ve a la derecha es un mástil de una bandera, el cierro del fondo y la puerta cochera de detrás de las muchachas, es la vivienda que hizo D. Luis Guajardo Fajardo y Rojas, parte de la casa sita en calle Misericordia 2, propiedad de los Marqueses de la Peña de los Enamorados. Eran oriundos de Antequera de la Provincia de Málaga. Por la A-92, al llegar a la bifurcación de Málaga y Granada, se ve la Peña de los Enamorados que según la Leyenda se despeñaron desde lo alto de la misma dos jóvenes, un cristiano y una mora, sus familiares se oponían a que se casaran. La fotografía estará hecha sobre la una del mediodía ya que se trata de muchachas trabajadoras de Agro-Aceitunera, tocaba la sirena para almorzar a la una. Vivían por la Macarena, calle Miraflores,etc.
Ya tampoco veremos más a sus operarias, luciendo en sus babis azules el rómbico anagrama de su fundador. Éstas, que son hoy las más directas descendientes de aquellas otras de mandiles de hule y latillas de cisco, para invierno alejar la humedad de la salmuera. Porque en aquellos tiempos, en los hogares de Arahal, tener a un miembro de la familia trabajando en el almacén era signo inequívoco de binestar y fortuna.
Para las personas más cercanas y vinculadas la fábrica era conocida como:»el almacén». Para los trabajadores antiguos era: «La Palmera», recordando a otra que hubo en este solar antaño. Para los trabajadores eventuales era:«La Fábrica», y para los agricultores que les vendían sus productos era: «La Casa de don Eutimio» y posteriormente: «La Casa de don Jesús». Modernamente, y como prueba palpable de la simplificación y de las prisas actuales, se quedó sencillamente en:«La Agro», para así abreviar su actual denominación comercial, la cual es:«Agro Aceitunera, S.A.»
Siempre tuvo el almacén una nutrida nómina de trabajadores, más o menos especializados en toda clase de trabajos. De entre ellos se podían sacar:toneleros, tapadores, albañiles, carpinteros, electricistas y cualquier otra profesión que fuese requerida por el maestro para solucionar las averías y los problemas que a diario se presentaban.
Voy a revelar la identidad de los personajes que se fotografían alrededor de un bocoy de aceitunas, en el patio de “La Palmera”, a principios de los años cincuenta. Detrás del bocoy, y de izquierda derecha: Guillermo, “Marchenilla”, Barrón y Gamboa. Delante: Manuel Romero Vera (“Manolillo el Planeta”) y Alfredo Cortés Camacho. El interés del documento gráfico, es completo, por los trabajadores, por su época, y por esas hileras de bocoyes y de cuarterolas (ya en desuso); sobre un suelo ocupado en la actualidad por una urbanización moderna, y en la que ha quedado un molino de viento como testimonio de aquella popular fábrica de aceitunas. Por cierto, que el único operario que sabía encarar el molino a la perfección, o frenarlo, era precisamente uno de la foto: “Manolillo el Planeta”.
Pero que duda cabe que todo el trabajo del almacén se vertebraba en torno al trabajo de las mujeres. Sin el concurso de ellas nada se podría haber hecho, pues es en este aspecto donde el infinito manufacturar adquiere su más amplio siginificado. Antes de que aparecieran:las cintas transportadoras, los «tapís», las clasificadoras, los contenedores, las deshuesadoras automáticas y toda la maquinaria moderna afín a esta actividad; todo se ejecutada pacientemente a mano.Desde escoger la aceituna en mesas, hasta rellenarla de pimiento una a una.
Mientras, como en una eterna noria, la sirena seguía sonando, el molino de viento sacaba agua, y en la oficina se preparaban las nóminas semanales, persona por persona, hasta 600 trabajadores en temporadas:primero los hombres, después las mujeres. El escogido a jornal fijo. El deshueso al peso. El relleno por kilos y según tamaño, anotándose el trabajo con perforaciones en un cartón personal,que por el uso y el contacto con la salmuera solían terminar peor que las antiguas pesetas de papel.