Por Rafael Martín Humanes
Transcurrían los agitados años finales del reinado de Isabel II, en donde los rescoldos de las revoluciones liberales que se habían extendido por toda Europa, arribaban a España, con un tinte político y social. Ya en 1854, tuvo lugar en España la primera revolución de carácter social, en donde las masas populares se levantaron y armaron barricadas, instigadas por agitadores republicanos, progresistas o demócratas, contrarios al régimen liberal instaurado en el reinado de Isabel II, que los había condenado al ostracismo político. A ella le siguieron los sucesos de las revueltas campesinas de la cuenca del Duero, durante los veranos de 1855 y 1856, en donde se quemaron incluso las mieses, causando graves pérdidas. Ello es un fiel testimonio, de que los virulentos sucesos acaecidos en la villa del Arahal, la noche del treinta de junio del año de mil ochocientos cincuenta y siete, son fruto de una corriente revolucionaria, que por aquel entonces comenzaba a despertar en España.
Para poder dilucidar lo ocurrido, es de destacar la existencia de un archivo documental, de carácter historiográfico titulado “Arahal: Expediente sobre los desastres ocurridos en la noche del 30 de junio por actuaciones de la facción republicana” de la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional (aunque afortunadamente se encuentra también en las dependencias del Archivo Municipal de Arahal), y más específicamente dentro del Archivo de los Duques de Osuna (Señorío de Arahal). Este expediente recoge los testimonios de personas que tuvieron una fluída relación con el XII Duque de Osuna, D. Mariano Téllez-Girón y Beaufort Spontin, como lo fueron D. José María Calderón, administrador del Duque de Osuna en la Villa de El Arahal, y de D. Antonio Pérez.En estos valiosos documentos enviado al XII Duque de Osuna, el administrador D. José María Calderón, cuenta en primera persona, con una gran minuciosidad de detalles, como se sucedieron tales hechos, ya que este documento fue elaborado a las doce de la noche, del día en cuestión, tras huir apresuradamente, al temer por su vida, al igual que el escrito por D. Antonio Pérez, quién envía estas misivas al XII Duque de Osuna, en los días posteriores a tales sucesos, especificando el desarrollo de éstos en primera persona, la resolución de éstos y las graves consecuencias económicas que supusieron para la Casa de Osuna, cuyas arcas que por aquel entonces se vieron muy mermadas, ya que XII el Duque de Osuna estuvo ejerciendo de embajador extraordinario de España en San Petersburgo (1856- 1868), en donde fueron famosas las fastuosas fiestas que daba en la embajada española pagadas de su propio bolsillo, siendo apodado Osuna El Grande, lo que contribuyó en gran medida a la ruina más absoluta en la que se vio sumida la Casa de Osuna.
Como hemos hecho referencia anteriormente, este expediente comienza con la misiva de D. José María Calderón quién empieza relatando que la entrada de la turba, por la calle Corredera, la fija a la hora de las siete de la tarde, momento en el cual un número considerable de hombres armados (entre 180 y 200), con porte desaliñado (que los define como horda de forajidos), al mando de un jefe militar, proclamando vítores a la libertad y a la república, lo que provocó la atención de los vecinos, que muy preocupados salieron a las puertas de las casas, para ver de que se trataba. A continuación, y por orden del mando que los dirigía, estos hombres armados recluyeron a un número considerable de vecinos, en el Casino (no se refiere al actual, sino a uno existente en la calle Corredera), poniendo una guardia en la puerta para que no pudieran escapar. A pesar de ello, nuestro protagonista, al conocer perfectamente el edificio, pudo huir por otra puerta, y se dirigió hasta la Iglesia Mayor (nombre con el que se conocía a la Parroquia de Sta. María Magdalena), en un clima de gran desconcierto y preocupación, para poder conocer, de primera mano, lo que estaba ocurriendo. En su camino hacia la Iglesia Mayor, se encontró con varios vecinos, que ante tales circunstancias, le aconsejaron que huyera, ya que un número considerable de hombres armados, habían ocupado el pueblo, y se estaban dedicando a robar todos los caballos, monturas, pólvora, armas y dinero, a los hombres ricos del pueblo, a los que acto seguido les saquearían sus casas y quemarían sus archivos particulares de gran valor económico e histórico como es el caso de la casa del abogado D. Manuel Galindo, la de D. Miguel Montero, la de D. José Roldán o la del presbítero D. Francisco Pascual, entre otros. A aquellos hombres que opusieron resistencia, fueron atados para sacarlos al campo a fusilarlos, aunque en determinadas ocasiones pudieron evadirse y escapar a los cañonazos de sus bayonetas, por los tejados. Ante el cariz, que estaban tomando los acontecimiento, el administrador del Duque de Osuna, temiendo por su vida, decidió salir del pueblo, y esconderse en una estaca de olivos, a las afueras. Allí esperó hasta que con las primeras oscuridades de la noche, decidió volver al pueblo, en donde comprobó el cariz que estaban tomando los acontecimientos, con el aumento que tomaban las voces de los vivas a la república y muera a los presidentes del gobierno (en aquel momento presidido por el moderado Juan Bravo Murillo), todo ello acompañado de un ruido ensordecedor de tiros que daban al aire y a las puertas de las casas. En torno a la plaza del pueblo (actual Plaza de la Corredera), se habían agrupado un número considerable de hombres, mujeres y niños, que de manera forzada, estuvieron portando, durante un prolongado período de tiempo, una gran cantidad de documentación, que se había sacado del archivo del Ayuntamiento. Esta documentación constaba de un nutrido cuerpo de documentos históricos y escrituras públicas de propiedades, además de los archivos de la administración del Duque de Osuna. Una vez apilados, fueron prendidos, convirtiendo a estos en una gran fogata, que estuvo ardiendo hasta entrada la madrugada. En vista de que nuestro protagonista no podía hacer nada para evitar tales sucesos, decidió poner rumbo a lomos de una bestia a la localidad vecina de Paradas, a donde llegó bien entrada la madrugada. Una vez allí puso en conocimiento de todo lo anteriormente acaecido a D. Miguel Salcedo y al alcalde Barrera, para que se tomaran medidas de precaución para que la turba no entrara en Paradas y para que pusiera a salvo toda la documentación municipal, y en particular la referente a la del Ducado de Osuna.
Por lo que se refieren a las diferentes misivas que envió Antonio Pérez al XII Duque de Osuna, en los días posteriores, vienen a corroborar lo expresado anteriormente por D. José María Calderón, en cuanto al desarrollo de los acontecimientos y a la autoría de los hechos, aunque en este caso de manera agónica, ya explica como se produjo el asalto de su propia casa, en donde se encontraban su hijo y su esposa, que estuvieron a punto de morir, pudiendo escapar en el último momento. Además de ello, estas misivas nos permiten conocer las consecuencias en todos los sentidos que tuvieron tales sucesos.
En primer lugar desde el punto de vista político, se cuenta como el alcalde de la localidad D. Miguel de Zayas, quién salió al momento para Sevilla para hacer notificar la noticia al Gobernador y al Capitán General (a quienes estos sucesos les costaron sendos puestos), para que se pusiera remedio con el envío de una facción militar de al menos cien hombres, ante la posibilidad de que los rebeldes decidieran volver al pueblo. Tras su paso por Paradas, a donde llegaros después de las dos de la mañana, estos se dirigieron a Morón y de ahí a la Sierra Sur (Pruna). Tras ellos salió un destacamento militar de 75 hombres a caballo, que llegó a El Arahal, sobre las siete de la mañana. Finalmente se comenta como en Benaoján los alcanzaron las tropas de los regimientos de Albuera y de Alcántara. Los sublevados apenas dispararon un tiro, mientras las tropas les hicieron veinticinco muertos en las primeras descargas, y prisioneros a todos los supervivientes. Madrid envió con plenos poderes, civil y militar, a un duro comisionado de Narváez, don Manuel Lassala y Solera, quién sin que le temblara la mano mandó fusilar a los ochenta y dos detenidos, presos en el cuartel de San Laureano. De esta manera se ponía fin a esta sublevación.
Desde el punto de vista económico, se comenta al XII Duque de Osuna no solo los numerosos daños materiales que sufrieron sus bienes inmuebles, como es el caso del Casino, en donde fueron quemados muebles, puertas, ventanas, cristales,…por los sublevados, cifrados los daños en 20000 reales, sino también el robo de una alta suma de dinero, que se especifica en torno a los 15500 reales, quedando las arcas con solo 19500 reales. Por útimo, y más importante, en este apartado debemos de unir la quema de la basta documentación de la administración de la Casa de Osuna en El Arahal, que constaba principalmente de los numerosos título de propiedad y de los contratos de las rentas agrarias, que representaban una parte muy importante de los ingresos que tenía el ducado en la campiña sevillana. Por ello se especifica, que hasta estos sucesos, la cobranza de las rentas, había ido a buen ritmo, pero tras dichos sucesos, en donde resultaron quemados todos los contratos de las rentas agrarias, nadie se había personado en la casa del administrador para hacer efectivo el pago de las rentas que estaban en ejercicio, por lo que no había documento alguno para obligarlos al pago de las contribuciones de rentas o de otra clase de débitos, cifrándose las pérdidas en torno a los 20000 reales, cantidad necesaria en septiembre para el pago a los acreedores de Sevilla, y que se los require con premura.
Por último destacar que estos acontecimientos han marcado un antes y un después en la historia de Arahal, ya que han borrado de manera fulminante, los siglos y siglos de historia de nuestra localidad, provocando un déficit en el conocimiento de su pasado y un contexto desalentador para los muchos historiadores que hemos querido indagar y navegar en su pasado, encontrando un vacío desalentador. Por ello considero a los graves sucesos del Arahal, ocurridos el 30 de junio de 1857, como uno de los acontecimientos que conforman la leyenda negra de nuestro pueblo en el s. XIX y XX, y que como titulo este artículo, han hecho de Arahal, un pueblo sin Historia. Espero que ello haya servido para algo, ya que como dijo Paul Preston “quién no conoce su historia, está condenado a repertirla”.Por último me gustaría dedicar este artículo, a todos aquellas personas que con su ardua labor y esfuerzo desinteresado, están arrojando un rayo de luz sobre nuestra ominosa historia local, haciendo que poco a poco podamos reconstruir nuestro pasado.